18 de septiembre de 2011

NUESTROS DIRIGENTES TIENEN PODER PERO NO AUTORIDAD.

Foto: Ana Jiménez
Entrevista: Lluis Amiguet

Lluís Duch, antropólogo, doctor en Teología (Universidad de Tubinga) y monje de Montserrat

Cumplo 75 años: no quiero imponer ni que me impongan nada. Nací en Gràcia. Soy monje de Montserrat desde hace 50 años. Cuando falta autoridad, fallan la política y la economía, surgen los fascismos y nos invaden los bárbaros. Publico ¿Empalabrar el mundo¿ (Fragmenta).

Cuando nacemos, heredamos valores que damos por válidos...

¿No los cuestionamos?
La vida humana es corta y no da tiempo a probarlo todo, así que tenemos que fiarnos en parte de los que heredamos de nuestros padres. En mi generación, el valor supremo era la estabilidad: lograr permanencia y ser fiable en el trabajo, el ahorro, la familia, las amistades...

¿Por qué hoy ya no lo es?
Porque el tiempo ha sido acelerado por una enorme cantidad de propuestas de valores e información: recibimos tanta que, en vez de mejorar la comunicación, la entorpece.

¿No damos nada ya por sentado?
No nos da tiempo de asumir nada. Por eso vivimos en angustia permanente, porque la asunción de nuevos valores es como las comidas: puedes decidir comer más deprisa, pero no puedes acelerar la digestión. Necesitaríamos más tiempo para digerir tantos cambios, pero cada vez llegan más y más...

¿No hay esencias que permanecen?
Seguimos siendo seres en evolución y por tanto en conflicto y, por tanto, políticos.

Creí que me iba a hablar de religión.
Le estoy hablando, porque toda religión, al fin, tiene apetencias políticas igual que toda política las tiene religiosas.

¿En qué sentido?
Toda iglesia acaba aspirando a administrar no sólo las almas, sino también los cuerpos y bienes de sus fieles; y todo político acaba queriendo dirigir no sólo las conductas de los ciudadanos, sino también sus pensamientos y conciencias.

Pues ahora mismo no tenemos ni bienes ni almas en su mejor momento.
Me preocupa mucho esa coincidencia de crisis. Hasta ahora había crisis de valores, pero la economía funcionaba...

Te fallaban las instituciones, pero te comprabas un coche o chalet en la costa.
Pero cuando se aúnan la crisis de valores y la material activamos el mecanismo humano de defensa ante la contingencia: la esperanza mesiánica. Y de ese modo, surgen los populismos y los líderes carismáticos.

¿Cree que los actuales no sirven?
Ese es parte del problema. Hemos confundido la auctoritas con la potestas; la autoridad con el poder. Nuestros dirigentes tal vez tengan algún poder, pero carecen, en general, de autoridad.

¿La autoridad no es mandar?
Mandar es el poder: sólo un mecanismo. Hoy se gana, por ejemplo, con el control de un partido. Pero la autoridad sólo se adquiere con el testimonio: dando ejemplo. Y hablo del ejemplo no de un solo momento, sino de toda una vida.

Hay quien se inventa la biografía.
¡Es de lo que hablaba! Cuando un dirigente miente, tal vez logre mantener el mecanismo de su poder, pero pierde toda autoridad. Porque nuestra cultura no es retórica, sino ética: no creemos en las palabras si no van acompañadas de hechos, de conductas. Por eso la ejemplaridad del dirigente es crucial: es su autoridad. Con ella guía la conducta de la ciudadanía. Porque actuamos –es pura antropología– sobre todo por imitación.

¿No fingimos todos a veces?
¡Somos actores siempre! Seres que actúan e imitan a otros actores. Es la razón de la crisis: el ciudadano ha imitado el derroche y la corrupción de sus dirigentes y los países se endeudan y van a la ruina. Ahora ese ciudadano para rectificar requiere ejemplos de austeridad, productividad y eficacia. Y no sé si los encuentra.

¿Dónde se adquiere hoy autoridad?
El poder se consigue actuando ante los medios y sólo dura lo que dura esa representación en la opinión publicada. Si no sales en los medios, no existes: careces de poder. Pero la autoridad es testimonio y es tan poderoso que encuentra sus modos de transmitirse.

¿Cómo surgen los populismos?
Porque cuando falla la autoridad y confianza que nos permiten vivir en sociedad, la mayoría sucumbe a la apatía, pero al mismo tiempo surgen núcleos de radicales. Los extremos se radicalizan y en ellos se fragua el líder populista. Y, en fin, mientras llegan nuevos mesías a redimir la decadencia de Occidente, nos invaden los bárbaros.

Asia con sus mercancías e ideologías.
El populismo degenera en fascismo cuando los más válidos abandonan la política en manos de políticos profesionales mediocres.

¿Es un error?
Es una traición a la democracia. Todo ciudadano está obligado a hacer política. Y no me refiero a votar, sino a comprometerse activamente en el gobierno de su comunidad. En Atenas privaban de la ciudadanía y desterraban a quienes no querían ser políticos.

Hoy las élites, a los políticos, cuando no los usan, los desprecian.
Sucedió igual en la Italia fascista y la Alemania nazi: científicos, abogados y técnicos y empresarios dejaron la política –considerándola tarea de mediocres– en manos de aventureros y políticos profesionales.

¿Y si los políticos incluyen "a los mejores" en sus listas?
Los mejores deberían estar ya en los partidos haciendo política por responsabilidad, sin tener que ir a cazarlos. Yo propongo que se instauren listas abiertas para que los ciudadanos podamos votar no a unas siglas sino a personas: a sus biografías, a sus ejemplos. Así recuperaríamos la autoridad y no sólo el poder de nuestros dirigentes. Somos los ciudadanos quienes debemos decidir quiénes son los mejores.

Hora de mojarse

Durante años, intelectuales, emprendedores y personajes de todo tipo han aludido aquí a los "políticos" con un mohín de superioridad y desprecio. Por eso resulta refrescante –tomen nota los indignados– escuchar cómo el sabio Duch abomina del narcisismo y pretendida pureza de quienes se creen superiores por no hacer política. Así –advierte– se fraguan populismos y fascismos. Y él mismo se moja cuando pide listas abiertas para recuperar la autoridad –el poder ya lo tienen– para nuestros dirigentes, porque su falta de legitimidad explica la crisis moral y económica que nos aflige y la invasión de los "bárbaros" –China está comprando hoy deuda española– en nuestros mercados y conciencias.

www.lavanguardia.es

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