18 de julio de 2010

"Más autonomía acaba siendo independencia"

"Más autonomía acaba siendo independencia"

Tengo 69 años; hace cuarenta me hice historiador, porque tras la dictadura nos preguntábamos "¿qué nos ha pasado?" y el único relato era "la cruzada". Nací en Ferrol cuando retiraron a mi padre de la Armada.

Fui creyente. La objetividad no se alcanza, pero debe perseguirse

Hace un siglo España tenía el problema militar; la Iglesia; el agrario... Y el catalán...

Y sólo queda pendiente el catalán: ¿por qué?

Porque la aspiración a la autonomía, una vez realizada, ha consolidado instituciones y ha proporcionado recursos jurídico-políticos que, en manos de partidos nacionalistas, se orientan a construir un nuevo Estado...

...

El siguiente objetivo para esos partidos no es la consolidación de un Estado federal, sino la independencia. Si a eso se añade que en los últimos años hay mucho bombero dispuesto a atizar cualquier fuego...

Y ningún estadista: ¿por qué nuestro debate político es tan gallináceo?

Porque desde los noventa, nuestra democracia parlamentaria ha devenido mero forcejeo oportunista de los partidos, que crea desapego en los ciudadanos...

"Desafecció", dicen por aquí.

Me refiero a acusaciones cruzadas del tipo "si yo soy corrupto, tú más"; o el obstruccionismo, como en la bloqueada renovación del Tribunal Constitucional... Lamentable.

¿Por qué hemos caído en esto?

Porque los partidos se concentran en la táctica de la destrucción del adversario más que en el debate político. Los estrategas electorales han tomado el poder.

Mandan Arriolas y fans de Lakoff.

El marketing se ha impuesto sobre el debate, porque los partidos han llegado a la conclusión táctica de que sus electorados son fijos, estables, inamovibles.

¿No quedan indecisos por convencer?

Los estados mayores de los partidos concluyen: "Como no voy a convencer a los votantes de otros partidos por mis proyectos, sólo me queda conseguir, mediante el forcejeo cotidiano, que el votante del rival desista de acudir a las urnas".

Si no le convenzo de votarme, le asqueo hasta que desista de votar a nadie.

Y así la natural confrontación partidista se convierte en agreste, navajera, personalista, oportunista y de bajo nivel intelectual...

... Y la política, en subgénero.

Y por eso también la polarización crece de forma artificiosa: no es la sociedad la polarizada, sino los profesionales de los partidos.

¿Y la democracia no sufre en el juego?

No, porque la sociedad española sigue siendo demócrata, aunque a menudo no se sienta representada por los políticos.

Alguna vez he oído abominar de la partitocracia.

Ese calificativo lo utilizó la tecnocracia franquista. Para ellos, la democracia parlamentaria era una enojosa degeneración del buen gobierno. El tecnócrata creía más en la gestión que en la ideología y abominaba de los partidos y de la democracia.

Hoy no vivimos esos tiempos.

Hoy es al revés: la democracia no sobra, sino que se echa en falta: estamos huérfanos de debate profundo y visión de Estado.

¿Lo hubo en la transición?

Yo siempre he defendido, frente a quienes quieren reducirla a mero apaño entre poderes fácticos, que nuestra transición fue un proceso de conquista de la democracia desde abajo... con acuerdos por arriba.

¿En qué sentido?

La democracia no fue una concesión táctica de los que mandaban para seguir mandando por otros medios. Al contrario, fue una conquista de los trabajadores y de la clase media profesional.

No se concedió, sino que se conquistó.

Por eso me subleva que se reduzca ahora la transición a mito y mentira.

Hay quien sostiene que la tecnocracia opusdeísta anticipó la democracia.

Esa idea pretende rehabilitar el franquismo. Justificarlo como dictadura que fue necesaria en su día para modernizar la España de entonces: tercermundista, postrada, paralizada en el tiempo y retrógrada...

¿No era así España antes de Franco?

Creo haber demostrado que ya en los años veinte España era una prometedora nación europea con una industrialización próspera; una urbanización avanzada; clases profesionales, y tecnología e ingeniería propias.

Por ejemplo...

Teníamos investigadores que viajaban, hablaban idiomas, se relacionaban con los grandes centros de excelencia; teníamos febril actividad editorial - fíjese en los consumos crecientes de pasta de papel-y, por tanto, fecundo debate de ideas...

Pero también teníamos una reacción.

Era la aristocracia financiera, los grandes terratenientes; la Iglesia y el ejército, que se resistían a aceptar una política de reformas.

Con las armas en la mano...

El golpe contra la República fue un crimen injustificable que hizo retroceder a España décadas y nos sumió en cuarenta años de dictadura.

¿Salvamos algo de la dictadura?

Más que de la dictadura, yo salvaría de la sociedad española la vitalidad para salir del abismo en que se la había hundido.

¿Y el 600, el bikini, el turista 1 millón?

Sin Franco, hubieran llegado antes y sin tanto sufrimiento. Sin Franco, España hubiera sido una democracia europea como las demás: ya estábamos en el camino. Los extraparlamentarios comunistas y socialistas se hubieran integrado sin violencia como en otros países europeos. Por eso me sublevan quienes hoy insinúan que la dictadura de Franco fue dura pero necesaria.



Más autonomía acaba siendo independencia
Ni una pipa más

Preocupa oír a un sólido historiador como Juliá sentenciar que más autonomía lleva a más soberanía, que acabará siendo independencia. Me recuerda a las monjas diciendo que comer pipas lleva a fumar, que lleva a beber, que...

¡Sólo Dios sabe a qué lleva beber!

Temo que es opinión extendida a diestra y siniestra que a los catalanes hay que restarles manga, porque, si se la cedes, se tomarán todo el brazo de la soberanía hasta el puño de la secesión. Yo diría - desde Barcelona-que la realidad es más compleja y estimulante, como Montilla hablando catalán. Resulta refrescante y original en cambio la ficción de Santos de una España próspera y moderna - ¡ya en los cuarenta!-si Franco no hubiera sido un traidor.

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"la contra"

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