14 de marzo de 2010

La sombra del ciprés es alargada, pero su presencia perenne ..... DESCANSE EN PAZ, MAESTRO.


..La poesía es como el viento,

o como el fuego,

o como el mar.

Hace vibrar árboles,

ropas, abrasa espigas,

hojas secas,

acuna en su oleaje

los objetos que duermen en la playa..."

José Hierro



El pasado 12 de marzo nos dejó Miguel Delibes.

En un año en el que celebramos el centenario de Miguel Hernández, se nos ha ido, este genio del lenguaje, este sencillo escritor vallisoletano - un hombre normal, a decir de quiénes han tenido la fortuna de convivir cerca de él - pero GRANDE para nuestra lengua y para quiénes amamos la literatura. Mi pequeño homenaje viene en forma de viñeta (la de Forges), de cita (la de Pablo Neruda) , de poema (el de José Hierro), y de comentario.

Miguel Delibes ha sido, es y será, un GRANDE de la lengua castellana, un escritor prolijo y profundo, un acérrimo defensor de la naturaleza, una persona humilde y sencilla que escapó siempre de la notoriedad y la fama, un personaje muy cercano a cada uno de sus paisanos, un maestro para los escritores noveles (cómo decía el pasado viernes Gustavo Martín Garzo).

Le ha faltado el PREMIO NOBEL, tan merecido, pero tan innecesario pues reconocer sus méritos es infinitamente más sencillo (no estoy seguro de que le hubiese gustado).

Quién no recuerda las lecturas recomendadas de nuestros profesores de literatura en el Instituto ?

Quién no recuerda la representación excepcional de Lola Herrera en "Cinco Horas con Mario" ?

Y los Santos Inocentes, Mi Idolatrado Hijo Sissi, La Sombra del Ciprés es alargada, La tierra herida, ...... ?

.....

Espero que no hagamos lo de siempre, cómo es recordar a los grandes en sus centenarios y demás ..... vivamos y leamos, y viceversa, su fascinante legado.

Obras

La sombra del ciprés es alargada (1947). Premio Nadal Aún es de día (1949) El camino (1950) El loco (1953) Mi idolatrado hijo Sisí (1953) La partida (1954) Diario de un cazador (1955). Premio Nacional de Literatura. Siestas con viento sur (1957). Premio Fastenrath. Diario de un emigrante (1958) La hoja roja (1959). Premio de la Fundación Juan March. Las ratas (1962). Premio de la Crítica. Adaptada al cine Europa: parada y fonda (1963) La caza de la perdiz roja (1963) Viejas historias de Castilla la Vieja (1964) Usa y yo (1966) El libro de la caza menor (1966) Cinco horas con Mario (1966) Parábola del náufrago (1969) Por esos mundos : Sudamérica con escala en las Canarias (1970) Con la escopeta al hombro (1970) La mortaja (1970) La primavera de Praga (1970) Castilla en mi obra (1972) La caza de España (1972) El príncipe destronado (1973) Las guerras de nuestros antepasados (1975) Vivir al día (1975) Un año de mi vida (1975) SOS : el sentido del progreso desde mi obra (1976) Alegrías de la Caza (1977) El disputado voto del señor Cayo (1978). Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo (1978) Un mundo que agoniza (1979) Las perdices del domingo (1981) Los santos inocentes (1982) El otro fútbol (1982) Dos viajes en automóvil: Suecia y Países Bajos (1982) Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983) La censura en los años cuarenta (1984) El tesoro (1985) Castilla habla (1986) Tres pájaros de cuenta (1987) Mis amigas las truchas (1987) 377A, Madera de héroe (1987) Mi querida bicicleta (1988) Dos días de caza (1988) Castilla, lo castellano y los castellanos (1988) Mi vida al aire libre (1989) Nacho, el mago (1990) Pegar la hebra (1991) El conejo (1991) Señora de rojo sobre fondo gris (1991) La vida sobre ruedas (1992) El último coto (1992) Un deporte de caballeros (1993) 25 años de escopeta y pluma (1995) Los niños (1995) Diario de un jubilado (1996) He dicho (1997) El hereje (1998). Premio Nacional de Literatura. Los estragos del tiempo (1999) Castilla como problema (2001) Delibes-Vergés. Correspondencia, 1948-1986 (2002) España 1939-1950: Muerte y resurrección de la novela (2004) La tierra herida: ¿qué mundo heredarán nuestros hijos? (2005). Escrito conjuntamente con su hijo Miguel Delibes de Castro.

Que en paz descanse, el maestro.

La sombra del ciprés es alargada y su presencia perenne.

(...)

Fragmentos extraídos del discurso leído por Miguel Delibes en el acto de su recepción en la Real Academia Española el día 25 de mayo de 1975: Cuando escribí mi novela El camino, donde un muchachito, Daniel el Mochuelo, se resiste a abandonar la vida comunitaria de la pequeña villa para integrarse en el rebaño de la gran ciudad, algunos me tacharon de reaccionario. No querían admitir que a lo que renunciaba Daniel el Mochuelo era a convertirse en cómplice de un progreso de dorada apariencia pero absolutamente irracional.

[...]

Esto es, quizá, lo que yo intuía vagamente al escribir mi novela El camino en 1949, cuando Daniel, mi pequeño héroe, se resistía a integrarse a una sociedad despersonalizada, pretendidamente progresista, pero, en el fondo, de una mezquindad irrisoria.

[...]

He aquí mi credo y, por hacerlo comprender, vengo luchando desde hace veinticinco años. Pero, a la vista de estos postulados, ¿es serio afirmar que la actual orientación del progreso es la congruente? Si progresar, de acuerdo con el diccionario, es hacer adelantamientos en una materia, lo procedente es analizar si estos adelantamientos en una materia implican un retroceso en otras y valorar en qué medida lo que se avanza justifica lo que se sacrifica.

[...]

Perfil semejante, aún más negativo, nos ofrece el tan cacareado progreso económico y tecnológico. El hombre, arrullado en su comfortabilidad, apenas se preocupa del entorno. La actitud del hombre contemporáneo se asemeja a la de aquellos tripulantes de un navío que, cansados de la angostura e incomodidad de sus camarotes, decidieron utilizar las cuadernas de la nave para ampliar aquéllos y amueblarlos suntuosamente.

Es incontestable que, mediante esta actitud, sus particulares condiciones de vida mejorarían, pero, ¿por cuánto tiempo?

¿Cuántas horas tardaría este buque en irse a pique -arrastrando a culpables e inocentes- una vez que esos tripulantes irresponsables hubieran destruido la arquitectura general de la nave para refinar sus propios compartimientos? He aquí la madre del cordero. Porque ahora que hemos visto suficientemente claro que nuestro barco se hunde -y a tratar de aclararlo un poco más aspiran mis palabras-, ¿no sería progresar el admitirlo y aprontar los oportunos remedios para evitarlo? El hombre, obcecado por una pasión dominadora, persigue un beneficio personal, ilimitado e inmediato y se desentiende del futuro. Pero, ¿cuál puede ser, presumiblemente, ese futuro?

Negar la posibilidad de mejorar y, por lo tanto, el progreso, sería por mi parte una ligereza; condenarlo, una necedad. Pero sí cabe denunciar la dirección torpe y egoísta que los rectores del mundo han impuesto a ese progreso. Así, quede bien claro que cuando yo me refiero al progreso para ponerlo en tela de juicio o recusarlo, no es al progreso estabilizador y humano -y, en consecuencia, deseable- al que me refiero, sino al sentido que se obstinan en imprimir al progreso las sociedades llamadas civilizadas.

[...]

Simultáneamente, el desarrollo exige que la vida de estas cosas sea efímera, o sea, se fabriquen mal deliberadamente, supuesto que el desarrollo del siglo XX requiere una constante renovación para evitar que el monstruoso mecanismo se detenga. Yo recuerdo que antaño se nos incitaba a comprar con insinuaciones macabras cuando no aterradoramente escatológicas: «Este traje le enterrará a usted», «Tenga por seguro que esta tela no la gasta». Hoy no aspiramos a que ningún traje nos entierre, en primer lugar porque la sola idea de la muerte ya nos estremece y, en segundo, porque unas ropas vitalicias podrían provocar el gran colapso económico de nuestros días. Con la superfluidad es, por tanto, la fungibilidad la nota característica de la moderna producción, porque, ¿qué sucedería el día que todos estuviéramos servidos de objetos perdurables? La gran crisis, primero, y, después el caos.

Apremiados por esta exigencia, fabricamos, intencionadamente, telas para que se ajen, automóviles para que se estropeen, cuchillos para que se mellen, bombillas para que se fundan. Es la civilización del consumo en estado puro, de la incesante renovación de los objetos -en buena parte, innecesarios- y, en consecuencia, del desperdicio.

[...]

El éxodo rural, por lo demás, es un fenómeno universal e irremediable. Hoy nadie quiere parar en los pueblos porque los pueblos son el símbolo de la estrechez, el abandono y la miseria. Julio Senador advertía que el hombre puede perderse lo mismo por necesidad que por saturación.

Lo que no imaginaba Senador es que nuestros reiterados errores pudieran llevarle a perderse por ambas cosas a la vez, al hacer tan invisible la aldea como la megápolis. Los hombres de la segunda era industrial no hemos acertado a establecer la relación Técnica-Naturaleza en términos de concordia y a la atracción inicial de aquélla concentrada en las grandes urbes, sucederá un movimiento de repliegue en el que el hombre buscará de nuevo su propia personalidad, cuando ya tal vez sea tarde porque la Naturaleza cómo tal habrá dejado de existir. En esta tesitura, mis personajes se resisten, rechazan la masificación.

Al presentárseles la dualidad Técnica-Naturaleza como dilema, optan resueltamente por ésta que es, quizá la última oportunidad de optar por el humanismo. Se trata de seres primarios, elementales, pero que no abdican de su humanidad; se niegan a cortar las raíces. A la sociedad gregaria que les incita, ellos oponen un terco individualismo. En eso, tal vez, resida la última diferencia entre mi novela y la novela objetiva o behaviorista. Ramón Buckley ha interpretado bien mi obstinada oposición al gregarismo cuando afirma que en mis novelas yo me ocupo «del hombre como individuo y busco aquellos rasgos que hacen de cada persona un ser único, irrepetible».

[...]

Mis personajes no son, pues, asociales, insociables ni insolidarios, sino solitarios a su pesar. Ellos declinan un progreso mecanizado y frío, es cierto, pero, simultáneamente, este progreso los rechaza a ellos, porque un progreso competitivo, donde impera la ley del más fuerte, dejará ineludiblemente en la cuneta a los viejos, los analfabetos, los tarados y los débiles. Y aunque un día llegue a ofrecerles un poco de piedad organizada, una ayuda -no ya en cuanto semejantes sino en cuanto perturbadores de su plácida digestión- siempre estará ausente de ella el calor. «El hombre es un ser vivo en equilibrio con los demás seres vivos», ha dicho Faustino Cordón. Y así debiera ser pero nosotros, nuestro progreso despiadado, ha roto este equilibrio con otros seres y de unos hombres con otros hombres.

[...]

A mi juicio, el primer paso para cambiar la actual tendencia del desarrollo, y, en consecuencia, de preservar la integridad del Hombre y de la Naturaleza, radica en ensanchar la conciencia moral universal. Esta conciencia moral universal, fue, por encima del dinero y de los intereses políticos, la que detuvo la intervención americana en el Vietnam y la que viene exigiendo juego limpio en no pocos lugares de la Tierra. Esta conciencia, que encarno preferentemente en un amplio sector de la juventud que ha heredado un mundo sucio en no pocos aspectos, justifica mi esperanza.

[...]

Porque si la aventura del progreso, tal como hasta el día la hemos entendido, ha de traducirse inexorablemente, en un aumento de la violencia y la incomunicación; de la autocracia y la desconfianza; de la injusticia y la prostitución de la Naturaleza; del sentimiento competitivo y del refinamiento de la tortura; de la explotación del hombre por el hombre y la exaltación del dinero, en ese caso, yo, gritaría ahora mismo, con el protagonista de una conocida canción americana: «¡Que paren la Tierra, quiero apearme!» Miguel Delibes

En este enlace encontraréis información sobre Miguel Delibes, su obra, el discurso íntegro de ingreso en el RAE.

http://www.angelfire.com/pe/delibes/ind.htm

Pensat i escrit per en Jaume Timoner.
Foto: Jaume Timoner

1 comentario:

Anónimo dijo...

ahh ps verdaderamente genial..
y ya nos estaremos viendo en Seguirme
hasta pronto!

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