La pasada semana, recompré (comprar por segunda vez) el libro de COMTE-SPONVILLE del que tenéis unos comentarios a continuación.
El título es ya de por si sugerente.
El apellido musicalmente francés
El autor es un filósofo con aire de profesor, aspecto callado, que en este libro nos ayuda, sin duda, a pensar.
Es una persona valiente y sincera en sus planteamientos
“Aunque suene paradójico: apoyo el liberalismo económico, pero soy socialdemócrata en cuanto a lo social: es el estado y no el mercado quien debe crear la justicia y defender a los más débiles”.
“Sí, sí, yo creo que los estados son más fuertes que las empresas. La economía capitalista es mucho más eficaz que la estatal, pero en una sociedad no todo es mercado: la salud, la justicia, la libertad, la educación, necesitan al estado para que se ocupe de ellas”.
Como quiero releerlo antes de final de año y el primer ejemplar que adquirí hace ya 7 ú 8 años, me desapareció víctima de uno de los pecados mortales de los amantes de los libros ...... el préstamo, he vuelto a comprarlo (tenía que comprobar que la tarjeta de crédito había pasado el Rubicón de final de mes) a través de la FNAC.
Además, es más actual que nunca.
Os lo recomiendo sin pestañear y añado un preciso comentario, del que sólo discrepo en alguna de las cuestiones iniciales, puesto que yo estoy infinitamente orgulloso de la educación recibida de parte de mis padres y también de la de los hermanos de La Salle.
Salut
Jaume Timoner
COMTE-SPONVILLE, André
Pequeño tratado de las grandes virtudes
Espasa Calpe. Madrid. 1998
Hasta la lectura de este libro había creído que las virtudes eran el punto de perfección indiscutible al que todos los seres humanos teníamos que tender para alcanzar el bien. Las consideraba como ese punto necesario al que había que mirar para cumplir con los deberes morales. Eran para mí como ese imperativo categórico que por un lado te anunciaba el estado de perfección pero que por otro te ponía de manifiesto la gran diferencia entre el ideal y la práctica concreta.
De este modo y aunque desde mi interior reconocía su existencia y su necesidad, desde mi exterior, desde mi práctica real conmigo mismo y con los demás se me hacían como faltas de realidad humana, sobre todo cuando desde su enseñanza se me han puesto de manifiesto prácticas demasiado dogmáticas, autoritarias y totalizantes, muy despegadas de las vivencias y de las experiencias y que me han producido excesivos sentimientos de culpabilización y de agotamiento de recursos interiores para construir mi propia identidad.
¿A qué esperáis a leer esta magnifica obra?
Educado como he sido a golpes de "yo pecador", las virtudes eran como límite al que había que tender cuando tu conducta era de obediencia ciega a los mandatos de sacerdotes y mandarines de la moral.
Al mismo tiempo que me daba cuenta de que nunca podría llegar a ser un hombre virtuoso observaba como los que me educaban no eran precisamente los modelos más indicados para seducirme y proponerme caminos de perfección.
Esto me llevó a sentarme en la realidad y a comprender que el primer deber para conmigo mismo era aprender a perdonarme y a asumir que nunca sería perfecto y que perseguir la perfección era la mayor de las imperfecciones. De este modo pensé que lo mejor es aceptarse como uno realmente es y apreciar tus propias imperfecciones como algo que forma parte inseparable de ti.
El cambio fue radical, porque de desear la perfección como camino de vida hasta amar lo que de imperfecto hay en mí partiendo de que no podemos idolatrar nada, ni mucho menos nosotros mismos (necesitamos tomarnos en broma y con sentido del humor), la distancia recorrida fue mucha.
Con el tiempo creo que he ido aprendiendo que "ni en dioses, reyes ni tribunos está el supremo salvador" y que "caminante no hay camino, se hace camino al andar" y es en este punto en el que se sitúa este magnífico y extraordinario libro del que he aprendido varias cosas:
Primera.-
Que las virtudes no son ningún límite, ni ningún catálogo o decálogo de mandamientos absolutos e imperiosamente prescriptivos que haya de ser grabado a fuego en el interior de los seres humanos.
Segunda.-
Que las virtudes son más bien una fuerza que actúa o que puede actuar, son una potencia específica que confiere al ser que la posee su valor esencial, el valor de su propia excelencia. Lo que dicho de otro modo significa que las virtudes no son nada si no están ligadas a la acción ya que decir "yo puedo" y no experimentarlo, probarlo o demostrarlo es como no decir nada.
Tercera.-
Que las virtudes son construcciones históricas lo mismo que la humanidad y que ambas, virtud y humanidad van siempre unidas en el hombre virtuoso. En consecuencia, salirse de la historia o de la humanidad para construir mandamientos más allá de toda realidad y de toda discusión humana no tiene ningún sentido a los efectos de determinar quien es o no virtuoso, lo que corrobora mi hipótesis de que no es posible establecer cual es el dios verdadero, ni siquiera probar si existe o no dios. Existen seres humanos virtuosos independientemente del dios en el que crean.
Cuarta.-
Que la virtud es una disposición, una tendencia a actuar de una determinada manera que se adquiere, se actualiza y se desarrolla mediante el ejercicio y la práctica concreta. Es una disposición que se adquiere para hacer el bien, pero no el Bien absoluto, no el Bien en sí mismo, sino el bien de esforzarse y de ejercitar lo bueno, el bien de trabajar por comportarse y conducirse bien.
Quinta.-
Que toda virtud, como ya señalaba Aristóteles, es una cumbre entre dos vicios, una cresta de montaña entre dos abismos: la valentía se halla entre la cobardía y la temeridad; la dignidad, entre la complacencia y el egoísmo y la suavidad entre la cólera y la apatía... pero ¿quién puede vivir siempre en la cumbre?, por eso reflexionar sobre las virtudes es ser conscientes de lo que nos separa de ellas y pensar en nuestras propias insuficiencias y miserias sin tener que estar autocondenándonos por ello.
Con un lenguaje claro y eminentemente pedagógico y un estilo directo dirigido al diálogo abierto con el lector, el autor nos lleva de la mano por un total de 18 virtudes, a mi juicio brillantemente explicadas, justificadas y documentadas. Así nos encontramos con la urbanidad (la puerta de entrada a las virtudes), la fidelidad, la prudencia, la templanza, la valentía, la justicia, la generosidad, la compasión, la misericordia, la gratitud, la humildad, la sencillez, la tolerancia, la pureza, la mansedumbre, la buena fe, el humor y el amor, ésta última como virtud suprema con la cual todas las demás sobran, ya que como decía San Agustín: "ama y haz lo que quieras".
Después de todo esto...
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