Cada vez están más claras las atrocidades cometidas en la invasión de Irak. Y los responsables, lejos de mostrar arrepentimiento, repiten que harían lo mismo una y mil veces.
A medida que pasa el tiempo, y no solo por la publicación de los documentos secretos, se hace más evidente que la invasión de Irak, llamada impropiamente guerra, fue un crimen consciente y múltiple. Miles de civiles fueron asesinados o mutilados, cuando no concienzudamente torturados o placenteramente violados. Hombres, mujeres, adolescentes, niños, todos servían para hacerse el machote, para presumir de bíceps o de abdominales. Los autores de la masacre se encuentran todavía en libertad, cruzan fronteras sin problemas, descansan los pies en las salas de autoridades de los aeropuertos, escriben libros de los que obtienen sustanciosos anticipos, dan conferencias a precio de oro, y cuando se refieren al tema, lejos de mostrar arrepentimiento, aseguran que harían una y mil veces lo mismo, es decir, mil veces, amparándose en mentiras, bombardearían un país, mil veces destrozarían sus museos, sus edificios públicos, sus viviendas privadas, mil veces fundarían centros de tortura, mil veces azotarían a los prisioneros, mil veces les aplicarían descargas eléctricas en los genitales, mil veces, para disimular, pagarían las piernas ortopédicas de uno o dos niños, mil veces harían negocio con la reconstrucción de lo destruido, mil veces se llevarían a la cuenta corriente los beneficios del desastre. No hay psicópata asesino, en ninguna cárcel del mundo, capaz de alardear tanto de sus crímenes. Y como de muestra vale un botón, aquí tienen a un prisionero iraquí abrazando a su hijo en un campo de prisioneros de EE UU. Ya os vale, Aznar, Bush, Blair y compañía.
Juan José Millás
Niño herido, en Irak- JEAN-MARC BOUJU
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