Tengo 58 años. Nací en Hamburgo. Soy profesor de la facultad de Derecho, imparto la cátedra de Leitner de Filosofía y Relaciones Internacionales en la Universidad de Yale. Se puede y se debe terminar con la pobreza y hacer que el orden mundial sea más justo. Soy agnóstico.
Desde cuándo quiere cambiar el mundo?
Desde que era adolescente. Mi primer gran proyecto fue detener la guerra de Vietnam, trabajé mucho.
¿Y qué le llevó a querer cambiarlo?
Crecer en la Alemania de posguerra y darme cuenta de que la mayoría de los adultos que me rodeaban habían participado en los crímenes del régimen nazi. Entendí que no te puedes creer lo que te dicen, tienes que cuestionarlo todo antes de aceptarlo.
Una postura muy sana. ¿Cuál era la de sus padres?
Mi madre era una nazi convencida. Mi padre, mucho mayor que ella, no lo era, pero le tocó combatir y fue prisionero de guerra en Rusia. Otro acontecimiento que me conformó fue la inmensa pobreza que vi en un viaje de tres meses por Asia en 1980.
Y decidió aplicar la filosofía a erradicar la pobreza y la injusticia.
Tengo propuestas concretas. A partir de la globalización el mundo está sujeto a reglas supranacionales que son sumamente injustas, establecidas para el beneficio de los países ricos. Tenemos que conseguir que estas normas mundiales sean menos hostiles a los pobres del mundo. ¿Cómo?
Sus cómo le han hecho famoso.
Deberíamos tener un sistema de comercio más justo. Si la OMC no permitiese a los países ricos proteger sus mercados contra las importaciones más baratas, habría bastantes menos pobres en el mundo.
Usted afirma que con el 1% del ingreso mundial se acabaría la pobreza.
Sí. La mitad más pobre del mundo tiene menos del 3% y la mitad rica más del 97% de la renta mundial. En términos económicos es un problema muy pequeño, pero en términos humanos es devastador.
¿Cómo se podría cobrar ese 1%?
Estableciendo un dividendo global de recursos: cobrar un cargo a quienes extraigan recursos naturales o contaminen en un país, y utilizar ese dinero para erradicar la pobreza. Y aplicarlo también a las transacciones económicas y financieras.
¿En quién repercutiría?
En el caso de las tasas ecológicas se impondría un impuesto de extracción a las compañías que acabaría repercutiendo en los consumidores; en el caso de las transacciones financieras, repercutiría en los bancos. Con sólo poner un impuesto de dos dólares por barril de petróleo obtendríamos dos céntimos por litro, que equivale a 100 millardos.
Los países occidentales dan unos 120 millardos de ayuda a los países pobres.
A aliados políticos útiles, y a cambio de que compren productos del país donante.
La ONU se felicita cada año por haber reducido la mortalidad infantil.
Ha disminuido porque la natalidad está bajando. La estadística más interesante es la malnutrición crónica, y ese porcentaje no ha dejado de crecer desde 1992.
¿La ONU es un organismo inoperante?
Nada a contracorriente. La presión sobre el precio de los alimentos tiene que ver, entre otros motivos, con los biocombustibles que generan una competencia por la tierra, lo que hace que suba el precio de la comida.
“Los países pobres son ineficientes y corruptos”, ¿cuánta verdad hay en eso?
Es cierto, pero los países occidentales contribuyen a esa corrupción facilitando que nuestros bancos acepten dinero robado al pueblo, y encima les den intereses.
Entiendo.
Cada año grandes sumas de dinero que ha sido robado por gobernantes y funcionarios públicos fluye a los países ricos. Una suma de dinero que es diez veces más grande que todo el dinero para la ayuda al desarrollo.
Detener eso representaría una gran pérdida de ingresos para los países ricos.
Sí, pero es inmoral aceptar dinero robado. Yo no estoy hablando de ser generosos con el tercer mundo, sino de dejar de ayudar a la gente a que robe.
...
Compramos los recursos del país pagándoselos a los dictadores y perpetuándolos en el poder, apoyándolos y vendiéndoles armas. El caso de Obiang es paradigmático: Guinea Ecuatorial tiene una renta media como la europea, pero el 90% de la población es pobrísima. Debemos establecer unas normas más estrictas sobre a quién vamos a reconocer como legítimo mandatario.
Manda quien ejerce el poder.
Así es, pero el soberano debería ser el pueblo. Si el pueblo no reconoce al mandatario, este no puede vender los recursos y encima pedir préstamos en nombre de la población. Necesitamos nuevas normas mundiales.
Cuénteme sus ideas para que los pobres no se queden sin medicamentos.
Propongo establecer un Fondo de Impacto sobre la Salud: cada nueva patente permite a las compañías farmacéuticas cobrar un precio muy alto, de manera que los pobres quedan excluidos. Mi idea es pagar a las compañías a través de un sistema tributario de los países según su renta nacional; con el 0,03% habría suficiente.
¿Y seguirían haciendo negocio?
Sí. La empresa que propicia una innovación medicinal se compromete a vender el medicamento al costo y a cambio recibe una retribución por la mejora efectiva que produzca en la salud. Así sería muy conveniente económicamente investigar y producir drogas para las enfermedades olvidadas, porque hay millones de personas que las padecen.
Filósofo global
Ha elevado la filosofía a su máxima categoría, la practicidad. La prensa alemana lo apodó “el pensador para cambiar el mundo” y tiene planes para ello. En su libro Hacer justicia a la humanidad (FCE, 2009) plantea posibles reformas realizables y políticamente realistas, y en La pobreza en el mundo y los derechos humanos (Paidós, 2005) demuestra que el orden económico global es éticamente indefendible y que cambiarlo no es tan difícil. Dirige un proyecto internacional para garantizar el acceso a los medicamentos esenciales sin que las farmacéuticas dejen de ganar dinero. Pasó por el CCCB para participar en unos diálogos sobre justicia, democracia y Estado de derecho.
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