19 de junio de 2011

"¡Qué fracaso!: nuestros hijos ya viven peor que nosotros".

Michel Wieviorka, sociólogo, Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París

Tengo 64 años: mis amigos sueñan con jubilarse y yo con trabajar más que nunca. Nací en París: Francia necesita una nueva inspiración. Tengo esposa y dos hijos. Los partidos cada vez son más poderosos y cada vez más impotentes: debemos superarlos. Colaboro con el CCCB.

La indignación es el inicio de la acción política, pero si no se articula y organiza hasta ser capaz de conseguir un cambio, degenera en inoperancia o se degrada hasta la violencia.

¿Hay motivos para indignarse?
 Vivimos una catástrofe en el presente y el futuro de nuestros hijos. Por primera vez en siglos de historia europea, los hijos vivirán peor que los padres... ¡Qué fracaso!

Ya veremos.
 Nuestros hijos ya viven peor que nosotros.

Hay quien dice que deben resignarse a vivir peor que sus abuelos.
 Muchos jóvenes que nacieron en la clase media están abocados hoy, en el mejor de los casos, a engrosar un nuevo subproletariado.

Los que tienen suerte.
 Y en el peor de los casos ni siquiera eso. Nosotros luchamos durante décadas para no ser explotados y ellos luchan ahora por no ser excluidos. No es que te paguen poco, es que no encuentras ningún trabajo.

Y hoy y aquí nadie respeta a quien no trabaja, cobra y consume.
 De la explotación a la exclusión. Los sindicatos se han quedado sin papel en esa lucha. ¿Cómo pueden ayudar las organizaciones de trabajadores a quien no tiene un empleo?

Algunos excluidos se indignan.
 En Francia sólo el 8 por ciento de los trabajadores, la mayoría funcionarios y empleados públicos, están afiliados a un sindicato. Eso convierte a las organizaciones sindicales en agrupaciones de afortunados.

Ya lo puede decir.
 Las clases sociales son difusas y la exclusión se practica así individuo por individuo.

No es fácil organizarte tú solo.
 Las redes sociales e internet articulan a los excluidos, pero de forma diferente a la de la política tradicional: sin centro decisorio, pero profundice en eso con Manuel Castells...

La política vuelve a estar en la calle.
 De otro modo. Antes el objetivo de toda organización política era la conquista del Estado y, después de conquistarlo, el objetivo de toda organización era mantener el poder.

¿No sigue siendo lo mismo?
 Citaré a Amartya Sen: "Hoy la política es la capacidad de construir mi existencia por mí mismo". Hoy se hace la política desde la persona, no desde la clase social.

¿Neoegoísmo?
 Subjetividad: cada persona decide su política y no asume como antaño los intereses de su clase social, su nación o su familia. Pero eso no le hace necesariamente egoísta. Al contrario, hoy un joven con ideales se hace voluntario en una ONG y no milita automáticamente en un partido de su clase social.

Nadie vota ya a la derecha porque es rico o a la izquierda porque es un obrero.
 Eso ha abierto interesantes expectativas a la derecha y es parte del drama de los partidos de izquierda: se han quedado sin sujeto, porque ya no hay clases. Apenas un 20 por ciento de los franceses se consideran obreros.

¿Hacia dónde vamos?
 La sociedad ya ha cambiado y ahora le toca a la política. Vemos retortijones de cambio.

¿Cómo?
 Para empezar, se debilita lo viejo. La mediación clásica de intereses ya no funciona: el estado nación, la iglesia, la familia, la escuela, los sindicatos... Se están quedando sin papel. Ya no ocupan la escena central de las sociedades. Hoy son actores secundarios.

¿Sabrán adaptarse?
 ¿Hacia dónde? Tampoco tenemos claro qué es la modernidad. Era la ciencia, el progreso, el reparto de prosperidad...

¿Qué es lo moderno?
 No lo sabemos aún, pero andamos desquiciados por nuestra relación neurótica con el tiempo. Nuestros abuelos vivían su época; nuestros padres, su siglo; nosotros vivimos el momento al instante... ¿Hacia dónde?

Los partidos gozan de un enorme poder que invade el judicial, se conchaban con el económico, sojuzgan el mediático...
 Tienen más poder que nunca, pero también son más impotentes que nunca. Son partidos nacionales, pero todos los problemas transcendentes sólo tienen solución a nivel global: la deuda pública... por ejemplo, o la degradación del medio ambiente.

¿Por qué los cree usted impotentes?
 Porque, además de no resolver problemas, han perdido contacto con la realidad: dominan el sistema, pero han perdido a las personas. A los ojos de la mayoría, se han constituido en casta de privilegiados que defienden sus privilegios.

¿Ayudarían las listas abiertas, la transparencia en la financiación...?
 Incluso dejar de ser lo que son. Pienso en el modelo de EE.UU. de partidos sólo para las elecciones, sin degenerar en maquinarias burocráticas para conservarse a sí mismas.

¿Qué propone?
 Extender la democracia más allá de los partidos y hacerla deliberativa y participativa.

¡Qué complicado, profesor!
 Hoy lo es menos. Las nuevas tecnologías brindan mecanismos de participación en la toma de decisiones que nos obligan a enriquecer la democracia representativa.

Mi quiosquero se resigna a votar –dice– a los políticos "que no roban demasiado".
 Hay que devolver poder a la sociedad civil y sus asociaciones, que es donde hoy hace política la gente: las oenegés; las vecinales; las profesionales: ¿por qué todo lo deciden los partidos entre tan pocos? Deben reconectarse con la sociedad o nos desconectaremos del todo de ellos.

Afiliémonos todos

Los indignados no tienen razón, pero tienen razones. Viven peor que sus padres y quizá vivirán peor que sus abuelos: con suerte, explotados; y sin ella, excluidos. Por eso detestan a los partidos, que cada vez deciden más en nuestras vidas y nosotros menos en ellos. Pero si esa indignación no se convierte en organización y en cambio, degenera en inoperancia y en violencia, intolerable en una democracia. Los indignados –sugiero– deberían abandonar las plazas y acampar en los partidos: afiliarse y regenerarlos. Wieviorka sostiene, en cambio, que es la democracia la que debe extenderse más allá de los partidos y hacerse deliberativa y participativa gracias –hoy es posible– a las nuevas tecnologías.



Foto: Jaume Timoner

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