La indisciplina no es recomendable, ni siquiera atractiva. Pero las ventajas de la disciplina se desdibujan cuando son un modo de clausurar posibilidades y de establecer rutinas y hábitos incuestionables que se imponen como comportamientos de docilidad. Ejercitarse en el quehacer constante con buenas dosis de organización, que no es simplemente de orden, resulta gratificante, más como proceso de cuidado de uno mismo y de los demás, que como imposición de determinados modelos. Incluso la ascesis personal, concebida como modo de proceder con exigencia y austeridad, no como flagelación de la dicha de vivir, es fecunda y eficaz para disfrutar de la existencia. Pero la “disciplinación” de todas las facetas de la sociedad y de la vida ha de impugnarse mediante la decisiva y compleja tarea de desdisciplinar. Se trata de desmontar para remontar dificultades y para ofrecer nuevas realidades.
Desdisciplinar las disciplinas conlleva un trabajo que, aunque podría resultar útil, no se reduce a ser interdisciplinar. Este no llega a constituir un collage, que es más que una simple mezcla, adición o superposición y que tiene que ver con un injerto, donde cada elemento se ve afectado y transformado. Una y otra vez insistimos en la necesidad de colaborar, de coordinar, de completar, de encontrar otros apoyos, otros soportes, otros procedimientos y hasta otros conocimientos, para enriquecer puntos de vista, planteamientos y posiciones. Se trata de encontrarnos también con otras personas y en otras condiciones. Pero desdisciplinar no es interdisciplinar. Es más arriesgado, más desafiante y más difícil.
Queda incluso por descubrir cuándo es pertinente proceder desdisciplinando y, más aún, cómo llegar a saberlo. Sin duda la curiosidad ayuda, sobre todo cuando se entiende como la tarea de ver si somos capaces de pensar y de ser de modo distinto. “Hay momentos en la vida en los que la cuestión de saber si se puede pensar de modo diferente a como se piensa y percibir de otro modo a como se ve es indispensable para continuar contemplando y reflexionando”. E incide Foucault, “se trata de no limitarse a legitimar lo que ya se sabe, sino de comenzar a saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera”.
No está claro que esta tarea le corresponda exclusivamente a quienes se atribuyen ser portavoces del saber. Sólo nos cabe confiar en que nadie se considere a sí mismo como tal. Podríamos acogernos a lo que el mismo Foucault señala para quien denomina, pertinentemente o no, un intelectual. Su papel “no es decir a los demás lo que deben hacer”. Su trabajo “no consiste en modelar la voluntad política de los otros, sino en interrogar de nuevo las evidencias y los postulados, cuestionar los hábitos, las maneras de hacer y de pensar, disipar las familiaridades admitidas, retomar la medida de las reglas y las instituciones a partir de esta reproblematización”. Esto es lo que hace participar en la formación de una voluntad política.
Una lectura estrecha de las disciplinas impide semejante reproblematización y, tal vez, limitados de fuerzas y atenazadas las razones, sólo vislumbremos tareas de corto vuelo y alcance, sin duda necesarias pero insuficientes. Hemos de dejarnos de lecturas que hacen de esta labor un simple espectáculo lleno de programaciones y actividades más o menos exitosas.
En el corazón de la ciencia, de la investigación, del conocimiento, late, sin embargo, la convocatoria a esta tarea de innovación del pensar, que es innovación social, creatividad, búsqueda y generación de nuevas posibilidades y de nuevas formas de vivir. Late en el corazón de cuantos a su modo, en su lugar, en su condición, buscan saber y hacer de verdad. Entregados a la supuesta e inmediata atención a lo que nos convoca y apremia, a la búsqueda de cualquier tipo de solución, desde una permanente situación de emergencia, la disciplina se indisciplina y las disciplinas se anquilosan. Y, sin embargo, es indispensable la tarea de abrirlas y recrearlas desde la capacidad del pensamiento, del conocimiento, de una comunidad científica que cuestiona socialmente las presuntas evidencias y modos de respuesta.
La necesidad de instituciones justas, de saberes creativos, de un conocimiento innovador y transformador requiere asimismo de disciplinas que no se reduzcan a estar reiteradamente asentadas, ancladas en un concepto cerrado.
De ser así, se ignoraría que incluso la permanencia o la vigencia, que no son la mera moda o actualidad, precisan de tareas singulares de innovación. Por ello, hasta para desdisciplinar necesitamos saber y conocer profunda y seriamente. De lo contrario, nos limitaremos a reiterar de nuevo y peor lo ya pensado. Desdisciplinar es una tarea conjunta, una labor de pensamiento que es a la par acción, y no un mero gesto de indisciplina.
(Imágenes; Bernardi Roig, El baile de las sombras; Acteón; y Esculturas de luz)
Ángel Gabilondo
No hay comentarios:
Publicar un comentario