24 de abril de 2012

Nos ocurre con el libro.

Mujer_leyendo_1970Hoy no es tanto cuestión de hablar de nosotros, cuanto de él. El libro siempre merece nuestra consideración, pero nunca está de más que nos fijemos en qué le pasa. No pretendemos ahora detenernos en sus avatares sociales y editoriales, ni en su futuro. Son asuntos de importancia, pero no estará de más que pensemos en lo que le ocurre cuando estamos de verdad a su lado, con él, cuando nos relacionamos no sólo con el objeto que es, sino con ese sujeto, es decir, cuando lo leemos. Circula entre nosotros, nos vincula y nos ofrece tantas veces las palabras de las que carecemos, las que precisamos, las que nos acompañan y nos alientan. Le pasa al libro y nos pasa con él.
El libro no es indiferente a sus lectores. Podríamos decir con Ricoeur que tiene apertura, objetividad, y materialidad, que es tanto como reconocer que nunca se deja apropiar del todo, que se resiste, pero es receptivo a las interpretaciones, que no son lo mismo que las ocurrencias. O podríamos revivir con Derrida que es reiterable, porque es reitinerable y es, por tanto, citable. O con Gadamer, que es legible, o con tantos y tantos otros lo que como texto le ocurre. Pero lo que nos importa subrayar es que no es indiferente. No sólo porque en rigor no dice nada si no se lee, sino porque a veces consideramos que no nos dice nada, ni siquiera lo suficiente como para abrir sus páginas. Tampoco es insensible a nuestra intervención con él. Sin lector, sin lectura, sin entrega, el libro calla y habita una suerte de inexistencia.
No somos ajenos al aspecto del libro, ni a su formato, ni al entorno o el contexto en el que se nos ofrece. Nos importa que sean cuidados, amables, próximos. Nos sentimos en cierto modo elegidos por quienes velan por cada uno de sus detalles, por quienes forman parte en cierta medida de cuanto es y corren su suerte. El contenido también se dice como forma. Y agradecemos a quienes nos presentan y nos acercan a un encuentro fecundo. Al producirse la relación en la que consiste la lectura, tal vez recuperemos alguna suerte de salud o de vida. Y quizá al leerlo releemos y reescribimos también con nosotros mismos el mundo en el que vivimos, que en todo caso no es insensible ni a lo que somos ni a lo que hacemos.
Quijote-alvaro-rejaUn texto es asimismo sus lectores y sus lecturas que, a su modo, forman parte de él, y que con su espontaneidad lo reescriben. En cierto sentido, por ejemplo en El Quijote, nos encontramos con un lector que forma parte del texto y lo reescribe con sus lecturas, iniciando un texto que prosigue y proseguirá leyéndose y escribiéndose, sin necesidad de dejar de ser quien es. Es el lector implícito e implicado en el texto, que es ya libro mismo. No es difícil entonces reconocerse y reactivar las peripecias como propias, tanto que finalmente son experiencias de uno mismo, las del lector y sus aventuras y sus sueños, las de nuestros deseos. No necesita explícitamente otras palabras para decir otras cosas, pero las dice. Se rememora lo dicho hasta paradójicamente decir de nuevo lo nunca dicho.
Quizá deberíamos pensar a fondo qué puede significar que los libros hablan, dialogan entre sí, pero es evidente que se ven afectados, incluso en su contenido, por lecturas que se incorporan a lo que dicen y significan. Ello permite que nos escuchemos de una cierta manera, social y personalmente. La acción de leer ejecuta efectivamente el texto como una partitura musical. Y hay algo de reiterable en eso, pero algo también de irrepetible. Al leer, no sólo nosotros venimos a ser otros, el libro también si efectivamente se produce una lectura, tanto que incluso leer podría llegar a ser ya algo distinto. Un buen autor inaugura con su libro un nuevo modo de leer, otro estilo de lectura y de lector. No es lo que habitualmente nos ocurre, por eso admiramos a los lectores capaces de recrear una lectura pertinente, en justa correspondencia al don recibido.
Quizá ser autor sea leer un libro no escrito, que es tanto como alumbrarlo, pero desde luego el buen lector lo reescribe. Así Cervantes forma parte de El Quijote. No es un espectador de su texto. Es suyo porque lo ofrece a todos. Su verdadera apropiación es dárnoslo. El Quijote no es sólo un personaje. Somos en cierto modo nosotros si de alguna manera compartimos con el genial escritor la tarea de escribir, esto es, si lo leemos.
Leyendo-al-abuelo- Albert Anker
En alguna medida siempre, incluso cuando estamos solos, leemos con alguien, compartimos con el autor sus búsquedas y escuchamos juntos lo que el libro nos dice. Su implicación es tal que se esfuma y desaparece sin necesidad de hacerse más presente. Pero no sólo con él. Bien se sabe que el sentido de un texto no se agota ni reside en la intención del autor. Nos vinculamos con tantos otros lectores con quienes constituimos una comunidad silenciosa. Por eso en cierto modo leer a alguien es una forma de escritura, una devolución, un retorno generoso, un modo singular de afecto.
Tal vez por ello pueda llegar a decirse con sentido que amamos ciertos libros, tanto que aprendemos a valorarlos dándolos a conocer. Nuestra apropiación no es una posesión, aunque forman parte de nosotros, de nuestra intimidad, de nuestras relaciones. También los libros ocurren en nuestras vidas y nuestras vidas en ellos.
(Imágenes: Will Barnet, Mujer leyendo; ; Álvaro Reja, Don Quijote; y Albert Anker, Leyendo al abuelo).

Ángel Gabilondo

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