No deja de ser desazonador este desvivirse en peripecias, avisos y amenazas, como coartadas no pocas veces paralizantes, que nos sirven para no afrontar con decisión el desafío de cada día. Todo se demora, todo se aplaza y posterga, las incertidumbres interrumpen las iniciativas encaminadas a abordar, a emprender, a responder, a atender. “Ya vendrán mejores tiempos”, se dice, “lo que importa es no ir a peor”. Son tiempos de retener, de mantener, de contener, de conservar. No negamos al planteamiento “su” lógica, pero hay algo peor que el llamativo rótulo de “cerrado por reflexión”, en algún sentido explicable aunque no deja de comportar alguna insensatez. Abordar el inicio del día con el cartel de “clausurado por inanición” supondría darlo ya por amortizado, por finiquitado antes de empezar. Uno no necesitaría ser derrotado por los acontecimientos, ya lo habría sido de antemano. No sólo el día estaría perdido, también nosotros.
No es justo, en todo caso, preconizar las expectativas del día de hoy sin considerar las diferentes situaciones en las que cada cual las puede abordar. Para algunos, sencillamente malas o muy malas. La desigualdad en las oportunidades es razón suficiente para no juzgar ni prejuzgar la actitud de cada quién. No son tiempos de euforias. Tenerlo en cuenta, sin embargo, no excluye decir que hemos de vivirlos del modo más fecundo posible. En todo caso, precisamos, al menos, ciertas alegrías puntuales, algunas de ellas decisivas, y que no hemos de desconsiderar. Cabe reivindicar, sin embargo, el día de hoy y no laminarlo con una proliferación de elementos y de circunstancias que de una u otra forma lo borran. Hay toda una política de aniquilación de requerimientos concretos que siendo pan de cada día, necesidades cotidianas, buscan sustituirse por una vaga expectativa de lo que podría llegar a ocurrir. Quizás una mejora. Así que por ahora aplacemos la jornada de hoy. Y a esperar que pase el día, que más bien parece la noche.
Todo se presenta como tan importante, tan decisivo, que resultaría insignificante nuestra acción, lo que esperamos y deseamos, que habría de aplazarse en espera de tiempos mejores. Desconsiderado, por ejemplo el día de hoy, el vivir quedaría postergado por asuntos, supuestamente de mayor importancia. Deambularíamos expectantes, guardando lo que nos queda y aguardando la que nos espera, en la supuesta irrupción de otras y mejores condiciones. Esta posición podría ser la antesala de la inquietante venida de alguien que se propone como el único capaz de sacarnos de este desamparo: un supuesto liberador. Y mientras tanto, atentos a los datos, a los índices, a los riesgos y a las fluctuaciones, aparcaríamos los días, que se desvanecerían en tareas de ida y vuelta. No dejaríamos de hacer recados.
La intensidad del hoy, de cada hoy, no se sustenta en la llegada de los acontecimientos y de su narración. Si es lo que esperamos, o precisamos, quizá nos alcancen nuevas decisiones. Atentos a lo que ocurre podría suceder que no tuviera finalmente mucho que ver con nosotros o, lo que es peor, que nos afectara de modo decisivo sin nuestro concurso. Nos convertiríamos en decorados de un día que nos pasa y ni siquiera atraviesa nuestras vidas. Por eso, el gesto atrevido de acometer radical e intensamente las vicisitudes de cada día, buscando y procurando la máxima creatividad y sentido, tratando de resolver las necesidades a veces más elementales, es una heroica labor. Y tener la fuerza para responder significaría ser capaz de recordar de nuevo que algo depende de nosotros, que alguien nos necesita, que importamos. Y ello no es simplemente una propuesta anímica, un aliento animoso, ni un asunto meramente personal, sino una consideración de enorme calado social y político. Nos cabe esperar que lo que venga tenga que ver también con lo que hagamos.
(Imágenes: Archibald John Motley, Jr., Extra paper; y Black Bell)
Ángel Gabilondo


No hay comentarios:
Publicar un comentario