31 de mayo de 2012

Las venturas de investigar.

Lechuza
Hay muchas formas de perder el conocimiento, no sólo el propio, sino sobre todo el común. Una es dejar de investigar. Investigar no es sólo descubrir. Y menos aún se reduce a aclarar conductas ajenas, más o menos sospechosas. Si se trata de indagar, de examinar o de experimentar, conviene que se haga con cierto procedimiento y que tenga que ver con el conocimiento. Éste no es algo cerrado, clausurado, que ha de conservarse embalado, y pasado de mano en mano. El conocimiento fijado, sin posibilidad de recrearse, reactivarse, reproducirse, no es propiamente tal. Si no puede crecer es que está finiquitado y, en cierta medida, no da ya que pensar. Por ello, expresamente hemos de reivindicar que la investigación, de una u otra manera, requiere estudio. Sólo inscritos en lo que se viene diciendo, en los trabajos e indagaciones hechas por otros y transmitidos, se abren nuevas e inauditas posibilidades. Nada más delator por tanto que confundir la necesaria innovación con la tendencia a ignorar lo que otros hacen o dicen, y suponer que con las acciones de uno se inaugura el conocimiento.
La desconsideración para con la investigación o la interrupción de sus procesos nos resta posibilidades y formas de vida. Sin ella, no hay nada que aprender ni que enseñar, pero su atención exige una capacidad de respuesta, que expresa y literalmente es una responsabilidad. No se trata de que, a pesar de que los tiempos sean difíciles y complejos, hemos de investigar. Se trata de que, precisamente por ello, el conocimiento más que nunca se nutre y se sustenta en la labor de quienes, no pocas veces, en una solitaria y silenciosa tarea de enorme y exigente esfuerzo, con amor y con pasión, insisten en generar conocimiento. Y ello hasta la capacidad de producir nuevos saberes, que sólo son en efecto tales, es decir nuevos, en tanto en cuanto se inscriben en los ya adquiridos, y sólo son saberes en la medida en que son síntesis de experiencias, de métodos y de conocimiento, y al serlo aclaran y mejoran la vida humana.
Eso no significa que no haya tareas singulares que abran perspectivas, incluso disciplinas, hasta entonces inexploradas, pero también en ese caso se procede a partir de sólidos y consistentes conocimientos. El propio Platón reivindica, en la Carta VII, que hay cosas que suceden “de repente”, pero “sólo después de una larga convivencia con el problema, después de haber intimado con él” y entonces “como la luz que salta de la chispa surge la verdad y crece espontáneamente”. Así que este surgimiento en el modo de una irrupción exige formación y preparación. Y todo un cultivo, un cuidado, el de un modo de proceder. “El que hasta aquí ha sido educado en las cuestiones amorosas y contemplado en este orden y en la debida forma las cosas bellas, acercándose ya al grado supremo de la iniciación en el amor, adquirirá de repente la visión de algo que por naturaleza es admirablemente bello”. Estas palabras del Banquete confirman que es preciso demorarse y permanecer en cierto asunto, y hacerlo de una determinada manera, con orden y forma, con intensidad, para que pueda ocurrir algo diferente.
Investigacion 2Reivindicar la imprescindible innovación sin este estudio y dedicación es olvidar atribuir a la investigación un determinado quehacer sistemático como manera de actuar, por muy abierta e imaginativamente que se considere. En definitiva, investigar es también buscar y aprender, y al respecto cabe replantearse los caminos. Investigar es siempre problematizar, cuestionar, e inquirir, y con persistencia proseguir paciente y coherentemente lo emprendido. Y no pocas veces reconocer que no resulta exactamente lo que uno hubiera previsto o deseado. No deja de ser graciosa la consideración del gran piloto Fittipaldi, según la cual cuando se tiene todo absolutamente bajo control, sin fisura alguna, es que se va perdiendo la carrera.
Desde la pasión por el conocimiento, desde la convicción de su sentido, de su necesidad para abordar las situaciones complejas de los problemas que nos acucian, y en cierto modo nos desbordan, sin investigación no hay una puerta razonable y sostenible. Descuidarla o desconsiderarla es impedir que el conocimiento vivo afronte y aborde los actuales desafíos. Sin investigación languidece el conocimiento y se produce una cierta indefensión social. No hemos de olvidar, por otra parte, que esta voluntad de búsqueda permanente, con sus buenas dosis de insatisfacción, forma parte de quienes somos, pero posee la capacidad de procurarnos alicientes, ante la posibilidad de ofrecernos diversas alternativas. La hermosa resonancia etimológica que nos hace perseguir en la palabra “investigación” huellas y rastros, vestigios, pistas e indicios, nos permite comprender que hay en el conocimiento una voluntad de reconstruir, de reconfigurar a partir de lo recibido, siquiera como ruinas.
Esta incomodidad latente respecto de lo que ya somos hace del conocimiento un modo de saber, que ha de cultivarse permanentemente, que perfila lo que en cada caso vamos denominando la ciencia. De ahí que investigar no sea sólo perseguir algo ya existente, sino que cabe asimismo la posibilidad de conformarlo y de recrear la realidad. Ello requiere determinadas estrategias, singulares equipos competentes y medios suficientes para ser realmente eficientes.
Hipatia
Sin investigación, el conocimiento ni siquiera se conserva. Si el conocimiento no crece, decrece, desfallece. Si no se despliega y desarrolla, no vive. Si no se trasmite, si no se transfiere, se marchita lejos de los avatares de las vidas de tantos hombres y mujeres que requieren consideración sensata, argumentada, razonable, y medidas efectivas y posibles para su bienestar personal y social.
Prescindir de la investigación o dificultar su desarrollo nos hurta posibilidades de vida, de vida digna y justa, y supone una pérdida en el gobierno de nuestra vida, de nuestra casa, de nuestro país, que es lo que en definitiva dice una buena lectura de la economía. De ahí su rentabilidad social. Y este concepto de rentabilidad no se agota ni se rinde ante sus propuestas más mercantiles. Que la investigación o la ciencia tengan esta dimensión social no hace sino ratificar su necesidad para propiciar nuestra convivencia. Sus dificultades vienen a ser nuestras pesadumbres. Aguardar a que los tiempos sean propicios para impulsarla es aceptar que difícilmente lleguen a serlo alguna vez. Es ignorar que es necesaria la investigación y la ciencia para superarlos.

Las venturas no son únicamente las dichas, la suerte y la felicidad que algo comporta. También las contingencias, los riesgos y los peligros que lo acompañan. Las venturas de investigar son asimismo sus aventuras y sus desventuras. No sólo de la investigación. También de los investigadores.
(Imágenes: Mochuelo; Trabajando en un laboratorio; e Hypatia, fotograma de Ágora de Alejandro Amenábar)

Ángel Gabilondo

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