Conviene cuidar los procedimientos. En gran medida de ello depende la legitimidad y la eficiencia. Los resultados son muy importantes, pero no lo son todo. Ni siquiera para medir la eficacia de algo o de alguien. Son determinantes para valorar una decisión, una acción, una gestión, pero ya Hegel nos previno de que lo verdadero no es sólo el resultado, también lo es el proceso. Y éste no necesita ser kafkiano para ser inadecuado e improcedente. Y de eso se trata, de la relación entre los resultados obtenidos, las condiciones y el procedimiento seguido para lograrlo. No nos referimos ahora al vínculo entre los medios y los fines, sino a la necesidad de un modo de proceder pertinente para avanzar en las soluciones.
En definitiva, hablamos del método, que no es simplemente algo exterior, sino que tiene que ver con el movimiento interno, con el camino emprendido, con los pasos dados. En realidad, méthodos es tanto camino como modo de proceder, a través del cual y durante el cual se anda: toda una experiencia. Semejante encaminarse no se reduce a ser algo metodológico, es metódico. En ocasiones, sencillamente somos desconsiderados con el modo de proceder, con el itinerario. En cierto sentido, el método seguido resulta delator, pone en evidencia nuestro planteamiento y nuestros pasos.
Muy singularmente hemos de de recordar que la democracia es en gran medida procedimiento. Y ello conlleva un modo de ser y de hacer participativo, con cauces, instituciones y articulación de las decisiones. Es importante arbitrarlos y no deja de ser decisivo al respecto el debate sobre las formas de participación y la innovación social que ello requiere. Ese necesario debate incide en la profundización y ensanchamiento de la democracia, como tarea abierta y permanente. Su sentido y alcance es asimismo objeto de deliberación, de modo notablemente relevante en nuestro presente.
Resulta imprescindible el procedimiento participativo cuando se trata de instituciones o entidades que han de intervenir activamente en los procesos que se requieren: de transformación, de modernización, de internacionalización, o de mejor rendimiento. La eficacia es la capacidad de lograr el efecto que se desea y espera. Empieza por tanto por mostrar quiénes somos. Y, desde luego, además de convenir que ese efecto deseado o esperado sea compartido, también parece procedente, si no la necesaria convicción, al menos la precaución de tener en cuenta a los agentes del proceso, sin los cuales no será viable la implantación de las medidas adoptadas. Sin procedimiento participativo es tanto como decir sin la anuencia de los que han de obrar, operar y actuar para lograr lo propuesto.
La dotación de mecanismos, de pautas de comportamiento, de órganos consultivos, deliberativos, informativos, decisorios, confirman las dificultades de adoptar medidas que, incluso con la mejor de las intenciones, sin esos pasos carecen además de viabilidad en su ejecución. Pero no es sólo una cuestión de prudencia o de inteligencia práctica. El máximo acuerdo posible siempre comporta procedimiento. Eludir lo burocrático no supone utilizarlo como coartada para prescindir de esos cauces, canales y ámbitos en los que fraguar y crear condiciones para la mejora de los pasos que hayan de darse. Sin este método, los pasos no son menos burocráticos, son menos rigurosos y menos eficaces. La forma es también contenido y las formas son procedimiento que denotan no sólo un modo de proceder sino a su vez un modo de concebir y de concebirse a sí mismo. Y de comportarse.
Reclamar la imprescindible colaboración y cooperación para la ejecución de lo adoptado implica convocar la decisiva intervención para contribuir en su elaboración. Llamar a la vinculación con una decisión sin abrir el espacio de participar plena y activamente en ella, en su necesidad y en su alcance, es tanto como hacer del procedimiento un camino clausurado.
(Imágenes: Jim Zwadlo, transeúntes cruzando pasos de cebra y subiendo escaleras)
Ángel Gabilondo.
 
 
 


 
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