Puestos a sospechar, también merece sospecharse de que lo hagamos permanentemente. Todo parece sostenerse en la puesta en cuestión de la buena voluntad, de la capacidad y de la competencia de los demás. Se trataría de controlarlos y de activarlos, desde el presupuesto de que no hacen lo que deben, incumplen sus obligaciones y se encuentran en una situación privilegiada. Eso sí, lo otros, siempre los otros. Así que, y más aún en tiempos difíciles, cabe conjeturar sobre las intenciones y los comportamientos, al amparo del soporte de la desconfianza. Puestos a adoptar medidas, habrían de sustentarse en la necesidad de embridar las conductas ajenas. En ello radicaría la base de las actuaciones. La libre voluntad se constituiría en un peligro y profesiones enteras quedarían en evidencia ante tales purificadores.
La comprobación de ciertos abusos no haría sino ratificar, por lo visto, que es imprescindible adoptar decisiones que alcancen y afecten a todos. En lugar de aislar y de atajar los comportamientos inapropiados, dada la ocasión, y puesto que como se sabe “todos son iguales”, se constata que es imprescindible intervenir. Desde la desconfianza en el quehacer singular y en el gobierno de sí, no cabría otro modo de gestionar la cuestión que el que se impone propalando el recelo. La coartada buscaría el aplauso general, dado que si ya ha quedado claro que no es presentable el actual estado de cosas, y una vez demonizados colectivos enteros, parece sensato intervenir en ellos, aunque supongo que, ni siquiera con tales presupuestos, eso habría de hacerse contra ellos.
Tal vez la clave de los modos de actuar deliberativos, participativos, dialogantes, radica en la confianza, en la generación de espacios y de oportunidades, en la intervención corresponsable en las decisiones, en la implicación y en la contribución para afrontar conjuntamente las situaciones. No simplemente en la asunción disciplinada de las consecuencias adoptadas, desde el presupuesto de que uno no es de fiar. Todo parece predispuesto para ratificar que es imprescindible actuar para poner fin a ciertos despropósitos. Y se hace desde la convicción de que es necesario impedir los llamados privilegios. Pero siempre y cuando sean ajenos y no resulten excesivos, en cuyo caso conviene andarse con otras cautelas.
De ahí que si la operación se difundiera, y tuviera su éxito, y todos acabáramos sospechando, podríamos finalizar sospechando de quienes permanentemente nos invitan y nos enseñan a sospechar. Paradójicamente se lograría así lo que a nuestro juicio es un deterioro. Y un peligro social. Sospechar unos de otros vendría a ser el resultado de un modo de proceder desconsiderado. Si ello llegara a ocurrir, estamos perdidos. Pero la verdadera distinción habría de consistir en evitarlo, en no poner en cuestión a colectivos enteros, en no fomentar la desconfianza social y en potenciar el reconocimiento que no pocos sentimos por la labor ajena.
(Imágenes: Christiann Karel Appel, People, Birds and Sun; Creeping Cat; y Ontmoeting (Encounter).
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