“Dios y el caracol no viven tan alejados como podrían suponer las mentes poco observadoras.
Existe un ser en la tierra que hace de puente entre ellos, a medio camino entre uno y el otro.
Le llaman hombre y es una especie ambigua que, al igual que los caracoles, se arrastra sobre su propia baba con fatiga, y a imitación de dios, cree ser eterno.
Individuo de una especie condenada, como cualquier otra, a la extinción, el bicho humano sobrevive en su fragilidad mientras sueña con ser todo aquello que no alcanzará a ser nunca.
Es un caso perdido, pues se siente emparentado con lo divino en tanto se arrastra acorazado por el desconcierto y huérfano de lógica.
Dice oficiar de santo por el día y burla al cielo reverenciando al diablo por la noche; es ingeniero de locuras al tiempo que torpe y voraz administrador de su propia hacienda; oficia a ratos de crápula tarambana para transmutarse luego en locuaz predicador de la virtud, y sobrevive a la postre como un ser imprudente que alardea de honesto.
Asesino los domingos y contrito los lunes, víctima de un extraño mal que le conduce al vértigo desde que amanece, se ilusiona a diario en el empeño de abandonar su concha y emprender vuelo, a semejanza de los ángeles, al encuentro de dios y escapando de su calidad de molusco mezquino.
Es el mayor demente de cuantos seres pueblan la Tierra, el majestuoso adversario de su propia naturaleza desventurada: un pobre ser arrogante que mueve a la risa, al asombro y a la lágrima, y siempre digno protagonista de las más ambiciosas novelas”.
Fragmento del libro "Todos los sueños del mundo" de Javier Reverte.
Pensat i escrit per en Jaume Timoner.
Foto: Luduen (caracol argentino)
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