9 de agosto de 2012

Seguramente.

Gabriel eduardo garcia aguilar
Buscamos seguridad. La necesitamos. Vivir sin seguridad es difícil. Vivir exclusivamente para ella es peligroso. En tiempos de tantas incertidumbres, recibimos con alivio lo que nos asienta, lo que nos justifica, lo que nos confirma. Y no faltan quienes nos la prometen, con un éxito relativo. La seguridad no es sólo la ausencia de incidentes, es sobre todo la de las efectivas oportunidades. En general, en nuestra vida, a pesar de la atracción por el riesgo, por la aventura, finalmente no es menor la seducción por lo seguro. No siempre es así, ni siquiera en todo caso para cada cual, pero hay una pulsión de seguridad que no necesariamente cabe reducir a comodidad. Eso que llamamos “yo” es un buen ejemplo. Incluso en situaciones de enorme riesgo, nos cuidamos minuciosamente de los peligros. Sin embargo, una vez más, no se trata de entronizarla de cualquier manera, por encima de todo, a cualquier precio. Y menos aún de invocarla para otros fines.
A pesar de resultar imprescindible, es asimismo indispensable no olvidar que, como Eduardo Galeano nos recuerda, “cada vez hay más gente que aplaude el sacrificio de la justicia en los altares de la seguridad”. Y no hemos de olvidar que la seguridad ha de estar al servicio de la libertad y no la libertad supeditada a la seguridad. Con frecuencia se recuerda con Benjamin Franklin que “aquellos que sacrifican libertad por seguridad no merecen tener ninguna de las dos”. Que sean complementarias no elude esta consideración.
Sin embargo, no pocas veces nuestra vulnerabilidad nos hace replegarnos ante las amenazas y peligros, ante la intimidación y el terror. La seguridad resulta decisiva precisamente para garantizar derechos de los ciudadanos y para profundizar en el avance de las libertades. La necesitamos individual y socialmente. Entre otras razones, para satisfacer necesidades básicas y desarrollar nuestras potencialidades como seres humanos. Pero, en ocasiones, una lectura inadecuada de la seguridad la ha limitado a tareas de protección de los derechos, exclusivamente mediante procesos de represión y de penalización de las conductas y, en su caso, de prevención. No faltan rostros inquietantes de vigilancia como aparente seguridad aunque sólo son calma de compromiso. No siempre se corresponden con la necesaria mirada amiga, sino que se ofrecen como el ojo del panóptico. No se trata de que la seguridad se sustente en el temor, a fin de procurar simplemente una tranquilidad formal. Entre otras razones, porque, si es cuestión de eso, no habríamos de olvidar hasta qué punto la inseguridad obedece a problemas de raíz enormemente compleja, como el del acceso a los bienes comunes de la educación, de la sanidad, de la justicia, de la vivienda, del medio ambiente, del urbanismo, de tantos servicios sociales imprescindibles que conforman un espacio integrado e integrador. Tan compleja situación no se soslaya con supuestas soluciones de atajo.
La ley ofrece seguridad, siempre y cuando respete los derechos humanos, los derechos individuales. Pero, sobre todo, la seguridad se nos procura por los espacios de valores compartidos, sostenidos en el principio de legalidad del Estado de derecho y por el necesario control en el ejercicio del poder. La educación, la cooperación y la integración son valores frente a las amenazas, y más consistentes que otras acciones supuestamente eficaces. Puestos a hablar de seguridad, la seguridad ha de ser seguridad social.
Gabriel eduardo garcía aguilar Plenitud
La consideración de la seguridad como un bien común, que da acceso a otros bienes comunes, nos hace comprender que la seguridad exige el desarrollo de los bienes suficientes, sin marginación ni exclusión. Y ahí radica el límite de nuestra libertad, en que asegure a los otros miembros de la sociedad el disfrute de esos mismos derechos para no vivir anclados en la necesidad. Ya insiste el mismo Eduardo Galeano: “quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen”. Entre el miedo y la necesidad, la seguridad habría de ser un aliado. Ahora bien, más parece que no pocas veces sobre ese miedo se sustenta una desmedida consideración de la seguridad, que se ofrece como coartada del inmovilismo o de la delimitación o eliminación de los derechos individuales.
Ciertamente, el riesgo es consustancial al pensamiento y a la vida. El decir y el hacer, el decir que hace y el hacer que dice, ese que es logos, reconoce que es indispensable el atrevimiento del saber, el atrevimiento de saber. Pero no pocas veces nos refugiamos en cierta ignorancia. O nos aíslan en ella. El conocimiento y los valores, cuando son verdadera sabiduría, son nuestra máxima seguridad. No la que nos evita imprevistos, sino la que nos prepara para afrontarlos. La ignorancia y el temor suelen llegar a coexistir. A pesar de esa fatua indicación de que es preferible no saber, el desconocimiento conlleva indefensión.
Incluso en ocasiones vivimos la libertad pensada de tal modo que nos asegure. Nos la representamos de manera que así, al asegurarla, nos aseguramos. Buscamos certezas, que es tanto como precisar la seguridad de nosotros mismos. Pero no es cuestión de hacernos representaciones, sin más, sino de vincular el pensar a la construcción y a la elaboración de conceptos, de concretarlos, de alumbrarlos, de concebirlos. Y eso es una tarea, individual y social, personal y colectiva. Por ello, la dignidad se sustenta en la libertad de pensamiento, y éste es nuestro riesgo elegido, el de buscar, el de encontrarnos con el propio decir y el de los otros, el de vivir. Y en eso ha de radicar la adecuada seguridad, en la libertad de decir y de decirse, en la pluralidad de formas de vida, en la libertad de información, de expresión, de asociación. Se abren así otras intemperies, en las que habremos de vernos en espacios de desprotección y de indefensión, pero que forman parte del hecho mismo de vivir. Cercenarlos en nombre de la seguridad incide radicalmente en nuestra existencia. “Seguramente” significa, a la par, “probablemente”. Esta inseguridad constitutiva nos ayuda a comprender que siempre nos acompaña alguna incertidumbre. Y que puestos a elegir, no hemos de olvidar lo que otro creador, Eduardo Chillida, supo recordarnos: “un hombre tiene que tener siempre el nivel de dignidad por encima del nivel de miedo”.
(Imágenes: Gabriel Eduardo García Aguilar, Libertad; y Plenitud)

No hay comentarios:

Traficante de sueños.

Traficante de sueños.
Senegal - Parc National de Djoudj.

El tiempo.

Fases lunares

Powered By Blogger

REFLEXIONES EN VOZ BAJA .........

Quién soy yo ?

Mi foto
Palma, Illes Balears, Spain
Nacido en Alaior (Menorca) - a mucha honra -, llevo 13 años residiendo en Palma. Mi actividad profesional está ligada a ITEM, consultoría empresarial en materia de prevención de riesgos laborales, calidad, medio ambiente y seguridad alimentaria de la que soy Socio - Director. Estoy asociado al Teatre del Mar, Mallorca Solidaria, GOB de Menorca, Juristes sense fronteres, Cruz Roja, ...... socio del Golf de Son Antem (Llucmajor), deporte que intento practicar algún día a la semana. Leo prensa a diario, especialmente Menorca (del día anterior, salvo que esté en la isla), Diario de Mallorca, El País, El Mundo ..... Bien es cierto que consulto a diario 20 medios de comunicación para la elaboración del boletín de noticias que remitimos a nuestros clientes.

Traficante de sueños.

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
A parte de eso, tengo en mi todos los sueños del mundo.

Fernando Pessoa

Contador.

Todos los sueños del mundo ......

Todos los sueños del mundo ......
Güeoul - Distrito de Kebemer (Senegal). Escoles fetes per Mallorca Solidaria ONG (Taula per Ruanda).