Una gran ocasión, una gran oportunidad, una gran necesidad: las escuelas, los institutos, las universidades se ofrecen una y otra vez como resultado del trabajo, del esfuerzo y de las conquistas de tantos, durante tantos años, para lograr que sean espacios abiertos, sin exclusiones, para la educación, para el conocimiento. Pero hoy, a pesar de los decisivos logros, la tarea de impulsar su quehacer de inclusión y de saber continúa siendo imprescindible. En ellos, las aulas son un lugar singular y privilegiado de aprender.
No pocas veces este lugar tan común incuba algunas soledades, o las recibe. Tras la puerta, aguardan tareas y desafíos que pueden hacer dudar. Y en ocasiones parecería que uno está en la tesitura de afrontar una labor que le desborda. A ello ha de añadirse también la soledad que encuentran quienes se ven agrupados en ese espacio, sin duda peculiar, desafiante y privilegiado. Pero también exigente y complejo. Espacio de tiempo vivido, de esfuerzo, de aprendizaje, de evaluación es sobre todo un espacio vivo para la convivencia. Cada quién es singular e irrepetible, precisa una consideración personal y, siendo comunes sus necesidades, ni son idénticas ni se despachan con la homogeneización o uniformización que trata de unificar situaciones diferentes. Tenerlas en cuenta no es ignorar que hay tareas y conocimientos que a todos conciernen. Ni que es preciso generar un terreno compartido y de reconocimiento.
El aula ha de ser primordialmente un espacio de relación, de comunicación, de implicación, de participación, de responsabilidad. Incluso en circunstancias difíciles, a su modo, lo es. Pero es imprescindible que para ello cuente con los recursos precisos. La soledad no pocas veces va acompañada de la indiferencia de los otros. Desde luego, no es nada simple la tarea del buen profesor, o la cercanía y la contagiosa forma de considerar el saber y la vida que ha de procurar. Las materias, también desde su perspectiva, vienen a ser modos de concebir esta vida, de interpretarla y de propiciarla.
Ello exige contextos de integración, inclusivos, que posibiliten la multidisciplinariedad y la multiculturalidad, esto es que la incorporen y la hagan valer, lo que confirma la universalidad del conocimiento en la sociedad. Y sigue doliendo la tarea aún pendiente de alfabetizar y de escolarizar en tantos ámbitos del mundo y el tan cercano abandono o falta de éxito escolar, de raíces tan complejas. Y en este ámbito difícil no deja de ser necesario enseñar y aprender. Por eso es determinante que se den las condiciones adecuadas. Y resulta inquietante que esa universalidad no pueda desarrollarse con la imprescindible atención, que habría de ser cada vez más más individualizada, más cercana, con más tutoría, teniendo en cuenta las necesidades específicas de acuerdo con la motivación y las capacidades.
Se dirá que hay muchas formas de aprender y que el saber no sólo no ocupa lugar, sino que también carece de lugar. Sin embargo, en un mundo tecnocrático y con un malentendido pragmatismo, no está de más reivindicar el trabajo en el aula y la llamada clase, que no lo es por tratarse de una jerárquica clasificación que arrincona a los que tienen más carencias o necesidades, sino que es clase porque atiende específicamente a las peculiaridades y despliega el conocimiento según las capacidades, la edad y el desarrollo. Y eso exige una dedicación, una preparación y una entrega que hemos de valorar y reconocer, en especial a la comunidad educativa. No sólo con aliento y ánimos, que también.
Este espacio civilizatorio no deja de serlo porque la variedad,diversidad y complejidad sean un obstáculo. Al contrario, eso ha de ser una ocasión. De ahí la importancia de los recursos y de los medios de todo tipo, para establecer marcos de ciudad, de polis, para no reducirnos al interés individual, marcos para lo social, para lo público, para lo solidario. Marcos para abrirse al otro, a su diferencia, a su singularidad. Y en ello, aunque sin duda no es el único espacio, el aula si es un espacio privilegiado, y en un momento determinante de la vida. Ignorar la importancia de las clases, con el pretexto de lo amplios que son los márgenes de las ocasiones del saber, es una pérdida decisiva para la educación.
Otro asunto asimismo clave es que hay muchos modos de considerar el aula, muchos tipos de aula, diferentes destinatarios, y muchas maneras de entenderla y de configurarla. Y de vincularla a la tarea social de toda una comunidad. Lo inquietante es cuando se desconsidera su enorme importancia y su valor. No sólo por la vía de los enunciados, también de los hechos.
(Imágenes: Pintura de Norman Rockwell, El problema con el que todos convivimos, 1964. Niña asistiendo a clase con protección civil, ante el acoso xenófobo; Fotografía de Fátima Serrao, En la escuela, Mozambique, 2005. Estudiante sin profesor presente, ni medios, ni compañeros. Es elocuente la nota a pie en la pizarra, que dice: “Alimento: se llama alimento a todo lo que te comes o te ayuda a recuperar la fuerza que usas en las actividades diarias”; y fotograma de la película La clase, de Lauren Cantet, 2008, Distrito XX, Paris, año escolar 2006-2007)
Ángel Gabilondo


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