Suele decirse que el verdadero descanso consiste en el cambio de actividad. No está claro. Más evidente parece que no se reduce sólo al reposo. No hay duda, sin embargo, de que, a veces, determinada combinación de elementos, de variaciones, alguna diversificación, produce una verdadera sensación de bienestar. Y cierto equilibrio. Eso nos permite sentirnos menos fatigados, diríamos que más repuestos y aliviados, incluso más tranquilos. Quizás más dispuestos y decididos.
No es sólo un cambio de postura. Es un cambio de posición el que nos permite de hecho, no simplemente renovarnos, sino en cierta medida recrearnos. Y nos sitúa más diligentes, más preparados. Y quizá más exigentes; para empezar, con nosotros mismos. No es cosa de abandonarnos.
Hay muchos tipos de cansancio. Y por ello no conviene reducir ni las posibilidades ni las necesidades de descansar. Eso nos propicia reiniciar y no sólo volver a las mismas, sino que se produzca la activación de lo que es más fecundo y originario en cada quien, lo que nos permite ser en verdad dichosos y diligentes. Incluso en situaciones de máxima dificultad. Descansados somos más eficientes. También para impugnar situaciones. Y para afrontarlas. Y para generar contextos de serena acción.
Efectivamente, poder descansar es un privilegio. Y saber hacerlo. En ocasiones comprobamos hasta qué punto no fuimos capaces, ni siquiera disfrutando de ciertas condiciones. Ahora nos sentimos con una fatiga novedosa, es cierto, pero pronto la reconocemos. Si hemos confundido el descanso con la pasividad, y ésta con la inactividad, y ésta con la paralización, y ésta con el simple dejar de hacer, no siempre el resultado es la calma, ni la adecuada disposición, sino que se inauguran nuevas modalidades de incomodidad y no es infrecuente encontrarnos más descompuestos que recuperados. Bastará con volver al lugar de siempre y todo será igual. Incluso al rato sentiremos más necesidad de descansar que nunca. Pero tal vez ya no haya tanta oportunidad. Entonces lo que nos agotará de antemano no es lo hecho, sino lo que hemos de hacer.
Escindir los tiempos, incidir en ellos, es lo que precisamente otorga ritmo a nuestro quehacer. La medida y su sentido potencia la mesura y es cuestión de abrir estacionalmente en el corazón de nuestras tareas ámbitos para darnos hábitos y rutinas que, sin necesidad de ser convencionales, nos otorguen reposo, estabilidad, pausas y silencios imprescindibles para una vida armoniosa. Y si lo olvidamos, algo en nosotros bien corporal nos lo hace saber. Y tiene tendencia a recordàrnoslo.
De una u otra manera, el descanso nos ofrece otros aires más respirables, espacios más abiertos, horizontes menos clausurados. Y no sólo ni exclusivamente los llamados naturales. Entregados a ellos, no es que nos desprendamos de toda responsabilidad. Al contrario, ésta emerge menos vinculada a estereotipos ya propuestos y cerrados, y nos conmina a intervenir de un modo diferente.
Descansados de un determinado tener que hacer algo concretamente, de un modo definido, en un instante preciso, según lo indicado, no perdemos ni la capacidad ni la voluntad de vernos conminados por cierta necesidad. Ahora bien, estamos dispuestos a hacerlo lo más compatible posible con la serenidad de adoptar posiciones ante la situación, de afrontarla, de mejorarla y, si es preciso, de cuestionarla. Y no necesitamos estar cansados para intervenir. Descansados podemos participar aún más y mejor.
Conviene hacer notar que estamos descansados. Al menos más descansados. Y que hemos saboreado con más frecuencia el placer de la elección, el gusto por la demora, la sabiduría del sosiego y del desasosiego, más emotiva y reflexivamente. Y que hemos encontrado en el mirar, en el andar, en el pensar, formas de acción fructíferas. Respecto de nosotros mismos y de lo que nos rodea. Descansados, emerge menos silenciosa la voluntad de decir y la cordial determinación de hacerlo. En el sueño de ese descanso, vislumbramos, si no la capacidad, sí al menos la posibilidad de ser amables e incisivos a la par, de procurarnos bienestar sin aniquilar a los otros y de no reposar del todo, mientras alguien no disponga de las condiciones para poder desarrollar su labor y tener su descanso. Condiciones que deseamos también para nosotros. Parece aconsejable que este no sea, por ahora, total ni definitivo. Ni siquiera, eterno.
(Imágenes: Thomas Hart Benton, The Beach, 1941; Cave Spring, 1963; y Garden Scene, 1919)
Ángel Gabilondo


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